lunes, 27 de junio de 2016

El macho y la mujer machista





Parece que fuese ayer cuando en la casa de mi abuela Maruja ubicada en pleno pasaje Garcés de Ambato,  rebuscaba todo lo que por allí había con un instinto cleptómano de encontrar algún tesoro escondido en medio de tantas cosas viejas, guardarlo secretamente en un bolsillo.

El olor de galletas recién horneadas mezclado con  la canela con la que las decoraba forman parte de mis memorias, esas inolvidables, con esas galletas llenaba las fundas de navidad para los nietos y las completaba con caramelos enviados por mis tías de los “newyores”, esas fundas alimentaban la solitaria de mi estómago, pero me daban vida.

En medio de lo descrito, yo  había descubierto un tesoro, la maravillosa colección de libros con pasta café de oveja negra, cuyos títulos y autores estaban escritos con cinta de oro.

Entre ellos encontré “El Color Púrpura” de Alice Walker, en donde lejos de descubrir lo que ya todos sabemos sobre el racismo y todas esas mierdas de la época, el papel de Celie era abrumador,  porque fue una mujer doblegada, abusada sexualmente y luego se convirtió sin más ni más en la primera mujer que cosía pantalones, como un sinónimo de progreso y de masculinidad, ella decía textualmente mientras era abusada  “Nunca me pregunta lo que siento, él nunca me pregunta na. Sólo me se sube encima y hace sus cosas. – ¡Hace sus cosas! Sus cosas”.

De cierto modo se me hace necesario citar esta novela antes de comenzar por el trayecto de una experiencia que me estaba señalando con dedo acusador gran parte de mi vida, porque al igual que Celie un día decidí coser pantalones sin tener ni siquiera la noción de tomar un hilo y una aguja pues “coser los pantalones” significaba para mí , continuar con la trayectoria irreverente que siempre me había caracterizado y abandonar la estancia en un matrimonio tortuoso y en una relación que casi me conduce a la muerte…

El día después de lo que se puede llamar la experiencia más alocada de mi vida en la que un par de compañeros de ideas firmaron con su puño y con su letra el principio de mi descenso intelectual y moral, tenía una resaca terrible, producto del vino y el fideo con atún que había comido en lo que pudiese llamarse la recepción de mi boda, ahí estaba YO, frente a una montaña de ropa sucia que mi suegra había dejado en la puerta de mi departamento de estudiante, junto a la piedra de lavar, terriblemente dolida por tener que sacar la mugre de las camisas y los pantalones de mi marido, lo único que yo añoraba y  mis hormonas también era estar haciendo el amor loca, abiertamente con este señor, planeando nuestros posteriores triunfos políticos en la Universidad, pero mis alas se comenzaban a caer a pedazos.

No renegué, al fin y al cabo para mí siempre en la mente estaba mi buena Maruja quien me enseñó a hacer las cosas con amor, de modo que mientras fregaba las camisas  imaginaba el abrazo que recibiría después, en agradecimiento por parte del hombre que me estaba secundando, la realidad era otra…

Días después, yo había ganado la candidatura de la Aso Escuela de la Universidad Central y en lugar de irme de borrachera con mis “amigos intelectuales”, estaba en casa llorando,  él no llegaba y yo con la inocencia de una mocosa, de una adolescente, pensaba,  en mi interior  que alguien me lo habría dañado o destruido.

Semanas más tarde, mientras me fumaba un cigarrillo con mis compañeros sentía una náusea terrible y me hice la prueba más positiva de mi vida (omito ahora,  la felicidad que sentía al saber que mi útero albergaba a un ser hermoso, mi Valentina, mi mulata de ojos negros, mi felicidad, mis “huevos”) temerosa, lloré en los brazos de mis amigos,  él me abrazó  y  me dijo “todo está bien y por supuesto “todo era mentira”.

Cuatro meses después estaba como soga con nudo, vestía un pantalón a rayas que fue mi primera prenda maternal, el día de la madre mi pareja me estaba regalando una linda plancha Oster con 6 velocidades, vapor de agua, apagado automático, y “seguro contra incendios”.

Ese momento se me cruzaba por la cabeza la idea de estamparle la plancha en su cabezota y hacerle entender que había unido mi vida junto a él para ser su pareja y no su esclava, pero seguía inocente, y lo acepté con los ojos enamorados y con mi pequeña dando vueltas en mi panza, tenía que planchar unos cuellos y dejarlos perfectos.

Entonces comencé a esclavizarme ( mea culpa ) por que imaginaba que mi felicidad en el matrimonio dependería de lo buena mujer que yo sea, de lo poco que dé problema y de que siempre tenga lista una cena deliciosa para mi esposo, obviamente mi alma ardía de amor así que no hacía las cosas por obligación.

 Meses después de haber parido regresaba a las aulas de la  universidad y mi suegra me dijo tajantemente que no podía cuidar a mi guagua pues “primero somos madres, después profesionales” intentando joderme la vida,  frase con la que estoy en total desacuerdo porque si no continuaba con mis estudios hoy en día difícilmente podría meterle un pan en su boca o abrigarla del frío, además porque amo profundamente a esa niña y  quiero verla partir lejos a estudiar arte como sueña.

Salí de aquello y años más tarde pasé por la experiencia más tortuosa de mi vida, perdoné una y dos hasta tres veces juegos en piernas ajenas, insultos más crueles que bofetadas, bofetadas con sangre materna, insultos a mi libertad, palabras de quien alguna vez “me amó sin amor”. 

Ni de joven, ni de vieja dejé de apostarle a la falsa idea del amor.

Permití, que entre en mi vida el sentimiento machista y sumiso de quien ama profundamente y debe conservar el amor, le creía a la biblia que me enseño a esperarlo, soportarlo, sufrirlo y aguantarlo todo con tal de dibujar en los míos la satisfacción y generarme en mí misma un rol que no quería perder, ese de sentir que sí  -Que alguien quería estar conmigo- que alguien me había aceptado pese a mi rebeldía, que yo podía mantener una relación.

Había leído el color púrpura, me había dolido pero prefería creer que las cosas cambiarían para mí y lastimosamente “las personas no cambian” y ser una buena mujer y una buena  madre tampoco lograron que yo reciba lo único que busqué AMOR.

Entonces estaba yo, y muchas a mi alrededor, tapándome mi belleza, evitando tomarme un café con las amigas porque lo consideraba pecaminoso, quedándome en casa esperándolo, asumiendo el rol completo de una esposa que no aporte intelectualmente a su pareja, temiendo no levantar el maldito teléfono en las  noches por temor de que sea algún amigo, dejándome la cara de la mañana con unos pantalones jeans que disimulaban mis formas porque no quería provocar murmullos, tenía miedo de gritar, de meter la pata alguna vez, tenía miedo de defenderme porque cuando lo hacía no me iba tan bien.

Todo esto camuflado,  más camuflado que soldado en Afganistán pues so pretexto del mal llamado “amor” yo no era una mujercita , era una mujerzuela, me estaba fallando a mí misma, a mis libros, a mis ideas todo por la obligación de mantener un hombre a mi lado.
¡Una antagonista me dijeron algún día!

Tenía miedo “coser mis pantalones”, porque simplemente sentía que iba a perder al hombre que amaba, que si se me moría el amor hacia él,  me iban a lanzar piedras como pecadora que soy, que si mis ojos verdes se fijaban en otros hombres se me iban a podrir los malditos (omitiendo las veces en las que mi instinto sexual había perecido ) y yo abría las piernas muy “decentemente”.

Además  porque estaba jodidamente influenciada de lo que me exigen afuera, cuando me preguntan si tengo marido, si tengo familia “como si eso me hiciera completa y feliz”.

Tenía miedo de esa gente que  desconfiaba que alguien como yo, con un pasado tan “hereje”, esa que se llevaba con puro machos y nunca aprendió a peinarse, ni a portarse como señorita contraiga nupcias, mantenga una relación, una familia  y consiga “si corre con suerte” que alguien la ame.

 Porque los escuchaba a todos inventarse historias conmigo en camas y moteles, historias que habrían imaginado, sueños mojados, que mi poesía les daría y que les haría desearme…

Son historias que NUNCA TUVIERON y me ATRIBUYERON por ser mujer.

Así las he visto TAMBIÉN,  disfrazarse a mis amigas, a mis hermanas, a mi madre,  creando relaciones perfectas en las redes sociales, con miedo a expresar su ira, y dejándose poner un ojo negro en el alma y en la piel, mermando su autoestima hasta el espectro más bajo - el que uno crea cuando siente que ya no vale nada-

Estas mujeres y me incluyo (así como desde hoy me excluyo) No salen de su capullo sagrado, porque tienen un marido de hace más de 20 años, hijos que ven como una atadura, o simplemente temen salir del status quo del que están acostumbradas, mujeres que dejan su familia, sus amigos, sus libros, que cambian su forma de vestir, que dejan de ser sensuales, sexuales, eróticas, lindas, libres , locas, dejan de pensar, en mi caso, dejan de escribir “porque la gente piensa que escribes bonito y no saben lo basura que eres” 

Por otro lado, están los  hombres que aman así a la sumisa, la buena  esposa, la puta de sus casas.

La aman porque no bebe, no fuma, no piensa (o lo hace sin él), pues la máscara de 10 cm que nos protege es la familia, el qué dirán, el miedo a trabajar en equipo( esto último es una relación ) , estos machos que afuera son putos  y que se ponen una careta, estos que se cuidan del Sida pero no protegen el alma, el amor, éstos que ponen disciplina en sus casas y son felices comprándole al hijo una pistola para que aprenda a matar   y a a su hija le ponen una corona más hiriente que la corona de espinas de Jesucristo porque les enseñan a ser princesas , madres de muñecas rubias y cocineras.

Ese papá que se revuelca con la amante y llega a abrazar a la esposa, esa mujer que lo abraza y perdona siempre.

¡Finalmente les exijo!

Cosamos los pantalones…

Que nadie toque nuestra soberanía intacta y que los hombres amen nuestra libertad, que levantar las ollas  sea un placer y no un martirio, que hacer el amor nos traiga orgasmos, que las ideas se hagan balas, que parir hijos y criarlos nos haga gigantes, que nuestras niñas amen su piel, que nuestros niños les enseñen a patear la pelota, que los ojos lloren sólo de felicidad y que la libertad, el erotismo, el amor sea el motor de nuestra pareja , que el amor y el buen sexo  mantenga los matrimonios y las relaciones.

Enterremos al demonio que nosotras hemos sembrado, los machos ya no existirán, el día que como mujeres estemos decididas a mandar a la mierda al mundo, inteligentemente.

El día que empecemos a amarNOS, el buen día, en el que el nuestra mente los seduzca y seamos tan perfectamente hermosas, cuando decidamos ser libres, ese día ellos nos dejarán serlo.

Pues no somos barbies, ni princesas, ni esclavas,  ni ciencia, ni derecho: somos flores de cayena, sexuales, amorosas, somos madres, somos mujeres, humanos, ideas…

Debemos empezar a coser pantalones como Alice, porque creo  (confidencialmente) que estoy empezando a hacerlo y debí compartirlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario