Parece
que fuese ayer cuando en la casa de mi abuela Maruja ubicada en pleno pasaje
Garcés de Ambato, rebuscaba todo lo que por allí había con un instinto
cleptómano de encontrar algún tesoro escondido en medio de tantas cosas viejas,
guardarlo secretamente en un bolsillo.
El
olor de galletas recién horneadas mezclado con la canela con la que las decoraba forman parte
de mis memorias, esas inolvidables, con esas galletas llenaba las fundas de
navidad para los nietos y las completaba con caramelos enviados por mis tías de
los “newyores”, esas fundas alimentaban la solitaria de mi estómago, pero me
daban vida.
En
medio de lo descrito, yo había
descubierto un tesoro, la maravillosa colección de libros con pasta café de
oveja negra, cuyos títulos y autores estaban escritos con cinta de oro.
Entre
ellos encontré “El Color Púrpura” de Alice Walker, en donde lejos de descubrir
lo que ya todos sabemos sobre el racismo y todas esas mierdas de la época, el
papel de Celie era abrumador, porque fue
una mujer doblegada, abusada sexualmente y luego se convirtió sin más ni más en
la primera mujer que cosía pantalones, como un sinónimo de progreso y de
masculinidad, ella decía textualmente mientras era abusada “Nunca me pregunta lo que siento, él
nunca me pregunta na. Sólo me se sube encima y hace sus cosas. – ¡Hace sus
cosas! Sus cosas”.
De
cierto modo se me hace necesario citar esta novela antes de comenzar por el
trayecto de una experiencia que me estaba señalando con dedo acusador gran
parte de mi vida, porque al igual que Celie un día decidí coser pantalones sin
tener ni siquiera la noción de tomar un hilo y una aguja pues “coser los
pantalones” significaba para mí , continuar con la trayectoria irreverente que
siempre me había caracterizado y abandonar la estancia en un matrimonio
tortuoso y en una relación que casi me conduce a la muerte…
El día
después de lo que se puede llamar la experiencia más alocada de mi vida en la
que un par de compañeros de ideas firmaron con su puño y con su letra el
principio de mi descenso intelectual y moral, tenía una resaca terrible,
producto del vino y el fideo con atún que había comido en lo que pudiese llamarse
la recepción de mi boda, ahí estaba YO, frente a una montaña de ropa sucia que
mi suegra había dejado en la puerta de mi departamento de estudiante, junto a
la piedra de lavar, terriblemente dolida por tener que sacar la mugre de las
camisas y los pantalones de mi marido, lo único que yo añoraba y mis hormonas también era estar haciendo el
amor loca, abiertamente con este señor, planeando nuestros posteriores triunfos
políticos en la Universidad, pero mis alas se comenzaban a caer a pedazos.
No
renegué, al fin y al cabo para mí siempre en la mente estaba mi buena Maruja
quien me enseñó a hacer las cosas con amor, de modo que mientras fregaba las
camisas imaginaba el abrazo que
recibiría después, en agradecimiento por parte del hombre que me estaba
secundando, la realidad era otra…
Días
después, yo había ganado la candidatura de la Aso Escuela de la Universidad
Central y en lugar de irme de borrachera con mis “amigos intelectuales”, estaba
en casa llorando, él no llegaba y yo con la inocencia de una mocosa, de
una adolescente, pensaba, en mi interior que alguien me lo habría
dañado o destruido.
Semanas
más tarde, mientras me fumaba un cigarrillo con mis compañeros sentía una
náusea terrible y me hice la prueba más positiva de mi vida (omito ahora,
la felicidad que sentía al saber que mi útero albergaba a un ser hermoso, mi
Valentina, mi mulata de ojos negros, mi felicidad, mis “huevos”) temerosa, lloré
en los brazos de mis amigos, él me
abrazó y me dijo “todo está bien y por supuesto “todo era mentira”.
Cuatro
meses después estaba como soga con nudo, vestía un pantalón a rayas que fue mi
primera prenda maternal, el día de la madre mi pareja me estaba regalando una
linda plancha Oster con 6 velocidades, vapor de agua, apagado automático, y “seguro
contra incendios”.
Ese
momento se me cruzaba por la cabeza la idea de estamparle la plancha en su
cabezota y hacerle entender que había unido mi vida junto a él para ser su
pareja y no su esclava, pero seguía inocente, y lo acepté con los ojos
enamorados y con mi pequeña dando vueltas en mi panza, tenía que planchar unos
cuellos y dejarlos perfectos.
Entonces
comencé a esclavizarme ( mea culpa ) por que imaginaba que mi felicidad en el
matrimonio dependería de lo buena mujer que yo sea, de lo poco que dé problema
y de que siempre tenga lista una cena deliciosa para mi esposo, obviamente mi
alma ardía de amor así que no hacía las cosas por obligación.
Meses después de haber parido regresaba a las
aulas de la universidad y mi suegra me
dijo tajantemente que no podía cuidar a mi guagua pues “primero somos madres,
después profesionales” intentando joderme la vida, frase con la que estoy en total desacuerdo porque
si no continuaba con mis estudios hoy en día difícilmente podría
meterle un pan en su boca o abrigarla del frío, además porque amo profundamente
a esa niña y quiero verla partir lejos a
estudiar arte como sueña.
Salí
de aquello y años más tarde pasé por la experiencia más tortuosa de mi vida,
perdoné una y dos hasta tres veces juegos en piernas ajenas, insultos más
crueles que bofetadas, bofetadas con sangre materna, insultos a mi libertad, palabras
de quien alguna vez “me amó sin amor”.
Ni de
joven, ni de vieja dejé de apostarle a la falsa idea del amor.
Permití,
que entre en mi vida el sentimiento machista y sumiso de quien ama profundamente
y debe conservar el amor, le creía
a la biblia que me enseño a esperarlo, soportarlo, sufrirlo y aguantarlo todo
con tal de dibujar en los míos la satisfacción y generarme en mí misma un rol
que no quería perder, ese de sentir que sí -Que alguien quería estar conmigo- que alguien
me había aceptado pese a mi rebeldía, que yo podía mantener una relación.
Había leído el color púrpura, me había dolido pero
prefería creer que las cosas cambiarían para mí y lastimosamente “las personas
no cambian” y ser una buena mujer y una buena madre tampoco lograron que yo reciba lo único
que busqué AMOR.
Entonces
estaba yo, y muchas a mi alrededor, tapándome mi belleza, evitando tomarme un
café con las amigas porque lo consideraba pecaminoso, quedándome en casa
esperándolo, asumiendo el rol completo de una esposa que no aporte
intelectualmente a su pareja, temiendo no levantar el maldito teléfono en
las noches por temor de que sea algún amigo, dejándome la cara de la
mañana con unos pantalones jeans que disimulaban mis formas porque no quería
provocar murmullos, tenía miedo de gritar, de meter la pata alguna vez, tenía
miedo de defenderme porque cuando lo hacía no me iba tan bien.
Todo
esto camuflado, más camuflado que soldado en Afganistán pues so pretexto
del mal llamado “amor” yo no era una mujercita , era una mujerzuela, me estaba
fallando a mí misma, a mis libros, a mis ideas todo por la obligación de
mantener un hombre a mi lado.
¡Una
antagonista me dijeron algún día!
Tenía
miedo “coser mis pantalones”, porque simplemente sentía que iba a perder al
hombre que amaba, que si se me moría el amor hacia él, me iban a lanzar
piedras como pecadora que soy, que si mis ojos verdes se fijaban en otros
hombres se me iban a podrir los malditos (omitiendo las veces en las que mi
instinto sexual había perecido ) y yo abría las piernas muy “decentemente”.
Además
porque estaba jodidamente influenciada de lo que me exigen afuera, cuando
me preguntan si tengo marido, si tengo familia “como si eso me hiciera completa
y feliz”.
Tenía
miedo de esa gente que desconfiaba que
alguien como yo, con un pasado tan “hereje”, esa que se llevaba con puro machos
y nunca aprendió a peinarse, ni a portarse como señorita contraiga nupcias,
mantenga una relación, una familia y
consiga “si corre con suerte” que alguien la ame.
Porque los escuchaba a todos inventarse
historias conmigo en camas y moteles, historias que habrían imaginado, sueños
mojados, que mi poesía les daría y que les haría desearme…
Son
historias que NUNCA TUVIERON y me ATRIBUYERON por ser mujer.
Así
las he visto TAMBIÉN, disfrazarse a mis
amigas, a mis hermanas, a mi madre, creando relaciones perfectas en las
redes sociales, con miedo a expresar su ira, y dejándose poner un ojo negro en
el alma y en la piel, mermando su autoestima hasta el espectro más bajo - el que
uno crea cuando siente que ya no vale nada-
Estas
mujeres y me incluyo (así como desde hoy me excluyo) No salen de su capullo sagrado, porque
tienen un marido de hace más de 20 años, hijos que ven como una atadura, o
simplemente temen salir del status quo del que están acostumbradas, mujeres que
dejan su familia, sus amigos, sus libros, que cambian su forma de vestir, que
dejan de ser sensuales, sexuales, eróticas, lindas, libres , locas, dejan de pensar, en mi caso, dejan de escribir “porque
la gente piensa que escribes bonito y no saben lo basura que eres”
Por
otro lado, están los hombres que aman así a la sumisa, la buena
esposa, la puta de sus casas.
La
aman porque no bebe, no fuma, no piensa (o lo hace sin él), pues la máscara de
10 cm que nos protege es la familia, el qué dirán, el miedo a trabajar en
equipo( esto último es una relación ) , estos machos que afuera son putos y que se ponen una careta, estos que se cuidan
del Sida pero no protegen el alma, el amor, éstos que ponen disciplina en sus
casas y son felices comprándole al hijo una pistola para que aprenda a matar y a a
su hija le ponen una corona más hiriente que la corona de espinas de Jesucristo
porque les enseñan a ser princesas , madres de muñecas rubias y cocineras.
Ese
papá que se revuelca con la amante y llega a abrazar a la esposa, esa mujer que
lo abraza y perdona siempre.
¡Finalmente
les exijo!
Cosamos
los pantalones…
Que
nadie toque nuestra soberanía intacta y que los hombres amen nuestra libertad,
que levantar las ollas sea un placer y no un martirio, que hacer el amor
nos traiga orgasmos, que las ideas se hagan balas, que parir hijos y criarlos
nos haga gigantes, que nuestras niñas amen su piel, que nuestros niños les
enseñen a patear la pelota, que los ojos lloren sólo de felicidad y que la
libertad, el erotismo, el amor sea el motor de nuestra pareja , que el amor y
el buen sexo mantenga los matrimonios y las relaciones.
Enterremos
al demonio que nosotras hemos sembrado, los machos ya no existirán, el día que
como mujeres estemos decididas a mandar a la mierda al mundo, inteligentemente.
El día
que empecemos a amarNOS, el buen día, en el que el nuestra mente los seduzca y
seamos tan perfectamente hermosas, cuando decidamos ser libres, ese día ellos
nos dejarán serlo.
Pues
no somos barbies, ni princesas, ni esclavas, ni ciencia, ni derecho:
somos flores de cayena, sexuales, amorosas, somos madres, somos mujeres, humanos,
ideas…
Debemos
empezar a coser pantalones como Alice, porque creo (confidencialmente)
que estoy empezando a hacerlo y debí compartirlo.